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Una premisa necesaria

Todos estamos familiarizados con la expresión “quedarse en blanco”.

En la universidad o mientras estudiábamos en el instituto, la mayoría de nosotros nos hemos enfrentado a un examen importante (especialmente si la prueba era oral) que nos ha requerido muchas horas de estudio y nos ha tenido preocupados durante días.

Llega el día de la prueba, nuestra preparación es impecable, pero aún así, los nervios no desaparecen. Empezamos a hablar y de repente: ¡nos quedamos en blanco!

Parece que todos los conocimientos previos, que hasta unas pocas horas atrás creíamos controlar (adquiridos de forma estable), hayan desaparecido de nuestra mente.

¿Pero es realmente así? ¿Que pasa en nuestro cerebro cuando nos quedamos en blanco?

Cuando pasamos miedo o vivimos situaciones estresantes y ansiosas nuestro organismo (concretamente las glándulas suprarrenales) libera hormonas como la adrenalina y el cortisol (conocidas como hormonas del estrés) que nos preparan para enfrentar el peligro. Estas hormonas son requeridas por la amígdala, una glándula ubicada en el centro del cerebro, que detecta el peligro y se encarga de organizar la respuesta delante de ello. La amígdala permite la integración entre emociones y patrones de respuesta regulando, por ejemplo, el mecanismo instintivo y automático de “lucha y huida”, una función fundamental para la supervivencia.    

Volviendo atrás, a la situación de antes, cuando estábamos a punto de empezar nuestra exposición en la universidad o en el instituto con tensión y nervios, generados por el cortisol y la adrenalina que libera la amígdala.

En este punto interviene el hipocampo, otra glándula ubicada en nuestro cerebro que juega un papel clave en la memorización de nueva información y recuperación, especialmente relevante en este caso, de aquella ya presente en la memoria a largo plazo.

Por mucho que nos pueda parecer importante, el hipocampo valora que un examen de la uni no es un peligro, no es una amenaza real para nuestras vidas e intenta bloquear el efecto de las hormonas requeridas por la amígdala.

Debido al cumplimiento de esta tarea, el hipocampo deja de cumplir su función de memorización y recuperación de información, haciendo que nos quedemos en blanco.

La información que nos han costado horas de estudio y de esfuerzo no ha desaparecido de nuestro cerebro, es solo que el hipocampo, en una situación de estrés, está demasiado atareado para “ayudarnos” y nos deja tirados.

Si esta misma reflexión la sacamos del contexto “examen estresante” y la aplicamos al aprendizaje en general podemos fácilmente entender que dinámicas y actividades estresantes dentro de la clase obstaculizan el pleno rendimiento del cerebro y vuelven dificultosa la tarea de memorización de nueva información.

Por dinámicas estresantes entiendo aquellas que nos generan miedo a no saber realizar una actividad que el profesor nos plantea porque no estamos familiarizados con los contenidos, porque no hemos adquirido bien los anteriores conocimientos; miedo a que nos corrijan y que nuestros errores queden en evidencia delante de los demás, viéndose afectada nuestra autoestima; miedo de participar en actividades que nos hagan sentir vergüenza..en fin, todo aquello que nos haga sentir incapaces de aprender.

Por lo tanto, aunque tengamos delante el mejor profesor del mundo con una larga carrera, conocimientos teóricos y mucha experiencia, si este se pasa de autoritario o de exigente y no entiende las necesidades reales del alumno, se volverán inútiles todos sus conocimientos y presuntas habilidades, dando lugar a un inexorable fracaso educativo. Es necesario detectar las debilidades y las fortalezas, no solo a nivel cognitivo sino, sobretodo, a nivel emotivo y ajustarse a ellas.

Minimizar el estrés en un grupo de personas que aprenden, fortalecer vínculos y ofrecer un buen trato (y un buen rato, desde luego) debería ser el primer objetivo de un profesor para hacer florecer el amor hacia el conocimiento en los alumnos.

¿Y que pueden hacer los alumnos en relación a ello? Antes que nada, conocer estos fenómenos, porque solo a partir del entendimiento de los mecanismos que regulan nuestro ser se puede organizar una respuesta a posibles problemas y obstáculos típicos en el camino del aprendizaje. De hecho, este articulo va dirigido a alumnos y no a profesores, ya que éstos últimos se supone que están ampliamente formados sobre estos temas, a pesar que, a veces, parece que hayan estudiado didáctica en la legión extranjera.

Cada uno de nosotros tiene estilos cognitivos de aprendizaje, como por ejemplo la capacidad de aprender de los propios errores, y rasgos de la personalidad diversos, como el hecho de ser una persona optimista o pesimista, introvertida o extrovertida, etc., que facilitan o dificultan el aprendizaje de una lengua extranjera. Dichas individualidades actúan sobre nosotros de manera inconsciente y las tenemos tan interiorizadas que a veces es imposible, por mucho que queramos, eludir a sus influencias. Además, hay que tener en cuenta que, por ejemplo, un examen siempre tendrá un componente de ansiedad porque es un juicio, mas allá de nuestras individualidades.

Personalmente creo que, como acabo de afirmar, el hecho de conocer los procesos que intervienen en nuestra cabeza nos puede ayudar a evitar situaciones en las que nos auto-boicoteamos.  

Por eso me gusta hablar de estos temas con mis alumnos y aclarar que puntos son fundamentales para reducir el estrés en las dinámicas de clase y favorecer el aprendizaje. A veces, incluso, me he llegado a plantear la idea de establecer un acuerdo (escrito y firmado como si fuera un contrato) en relación al compromiso con los siguientes aspectos:

  • No tengas miedo a meter la pata, a equivocarte… más bien los errores son el motor del conocimiento, ya que a partir de ellos podemos aprender (todos conocemos un montón de citas de personajes famosos o refranes populares que afirman lo mismo).
  • Estoy deseando que te equivoques porque es normal cuando intentas hablar una nueva lengua. Si no te equivocas, con mucha probabilidad, es porque no hablas (y esto si, a un profesor de idiomas, le sienta como una patada).
  • Creo que eres consciente del hecho que me estás pagando (o tu empresa me está pagando) para aprender y, además ya te he aclarado mi buena disposición hacia tus errores, así que venga… aquí puedes soltar todas las barbaridades (lingüísticas eh, que quede claro!) que quieras.
  • En mis clases dispones de un espacio donde relajarte y desconectar durante un rato de los problemas del día día (no quiero añadir mas estrés) para que puedas aprender divirtiéndote. Si tu te lo pasas bien yo también me lo paso bien, esta sinergia hace que las clases sean realmente provechosas.
  • Confía en mi, las actividades que te propongo siempre tienen una finalidad que es por tu bien, jamás se me pasaría por la cabeza humillarte, ponerte en dificultad o, simplemente, agobiarte con los deberes como si fuéramos niños en el cole. Pero si algo no te cuadra puedes pedirme explicaciones en cualquier momento y hacerme propuestas alternativas. Del mismo modo, si te parece que no controlas un tema y esto te genera estrés avísame: no me cansaré nunca de volver a explicártelo o, mejor dicho, de ofrecerte ocasiones de reflexión que te ayuden a entenderlo y hacerlo tuyo.

Presta mucha atención a lo que voy a decir ahora: indudablemente existe una predisposición hacia el aprendizaje de idiomas, algunas personas tienen mas facilidades y otras menos. Pero hay que remarcar mil veces el hecho que tener menos facilidad no significa no tener ninguna. Todo el mundo puede aprender un nuevo idioma, aunque a su propio ritmo, concorde a sus características individuales. Mi experiencia me dice que la mayoría de veces que un alumno se equivoca no lo hace, como se suele decir, “por tonto” (perdonad el uso de esta expresión tan desagradable pero tan acertada en este contexto), ni siquiera en los casos en que existen más dificultades. La mayoría de errores se producen por una falta de atención, por no querer implicarse al 100%, por no darles a los temas planteados la importancia que requieren, por no estar centrado ni interesado en lo que haces… es decir, que falta motivación. Jamás he trabajado con alumnos que no consigan llevara a cabo una actividad (con un input comprensible y adecuado al nivel) porque ésta les supera. Y ahora recuerda esto la próxima vez que falles: no te juzgues a ti mismo, no saques conclusiones precipitadas, mas bien revisa tu motivación, tus ganas de implicarte y, en definitiva, tus ganas de aprender.